Simón Bolivar se sintió abatido cuando no logró desatar un levantamiento continental contra los patrones coloniales del siglo XIX en Sudamérica. Para una región que está plagada por un crecimiento intermitente, la acuicultura es una bendición.
Desde la península de Yucatán hasta el estrecho de Magallanes, la acuicultura está revolucionando la producción de alimentos. Con el ara de océanos y aguas continentales, América Latina y el Caribe amplió más de cinco veces su producción de peces, crustáceos y moluscos cautivos y, de 1995 a 2016, casi duplicó la participación regional de la acuicultura mundial. Los criaderos de peces chilenos suministran actualmente cerca de 30% del salmón del mundo y generan al país más ingresos que cualquier otra exportación, excepto los minerales.
Ecuador es el quinto proveedor mundial de crustáceos marinos, México ocupa el séptimo lugar y las pesquerías de Perú están a punto de exportar su tecnología de acuicultura. Esto convierte a Centroamérica y Sudamérica en el flanco de más rápido crecimiento en la industria alimentaria de más rápido crecimiento del mundo, un botín global cuyo valor actual es de US$ 243,000 millones al año y está a punto de duplicar la producción para 2030.
Para una región que está plagada por un crecimiento intermitente, la acuicultura es una bendición.
Pero ha habido muchos problemas. La Revolución azul tal vez no sea tan dañina para el medio ambiente como la que reinventó la agricultura global (los peces de cultivo consumen mucho menos alimento y energía que los pollos, cerdos o ganado), pero las algas, plagas y patógenos, al igual que el uso excesivo de antibióticos hacen el trabajo sucio.
En repetidas ocasiones, en Chile, enormes bancos de peces de piscifactoría se han escapado de los criaderos hacia el océano, donde amenazan con invadir a especies silvestres y propagar nuevas enfermedades.
Se abre otro tipo de caja de Pandora biológica cuando las especies silvestres se transfieren de un hábitat marino a cautiverio en otro. La cría rápida del salmón del Atlántico es víctima del piojo de mar en lo criaderos del Pacífico, lo que le cuesta a los criadores de Chile US$ 350 millones al año.
La buena noticia es que la sociedad se está manifestando. Los activistas ambientales y de seguridad alimentaria hacen cada vez más llamados a la industria y a los reguladores por prácticas inseguras, y exigen acciones legales. «Artifishal», un nuevo documental de Patagonia, que ahora se exhibe en festivales de cine, presenta a los criadores de salmón como una camarilla corporativa que se empeña en ensuciar los océanos y difundir «Frankenfish: la criatura del pantano» para beneficio privado.
El espectro del salmagedón podría ser exagerado. De hecho, la piscicultura es vigilada de cerca y está altamente regulada; los productores pagan fuertes sanciones por malas prácticas. Además, deben cumplir con tantas restricciones de importación, que «se necesita un anillo decodificador para leerlas», me dijo Aaron McNevin, director del programa de acuicultura del Fondo Mundial para la Naturaleza.
Sin embargo, la acuicultura ignora la revuelta cívica bajo su propio riesgo. A menos que “El gran pez” garantice que puede aumentar la producción sin destruir los mares, agotar la biodiversidad y perder bacterias resistentes a los medicamentos, su exitosa industria estará en riesgo.
Analicemos lo que sucede con Nova Austral de Chile, una pesquería patagónica que se descubrió ocultaba tasas de mortalidad en sus criaderos de salmón. Mediante la búsqueda de registros, atrajo a los consumidores, que pagan una prima por productos saludables de administradores confiables. Tras el escándalo, Nova Austral despidió a su director ejecutivo, y el Consejo de Administración de Acuicultura independiente retiró el certificado de explotación de la empresa.
Una razón por la cual los criaderos de peces han creado problemas es que la producción a menudo ha superado las normas de la ciencia de la acuicultura y seguridad alimentaria. Los productores, por ejemplo, han respondido a la propagación de contagios acuáticos con el uso excesivo de antibióticos, lo que puede dar lugar a bacterias resistentes a los medicamentos.
Y los reguladores han hecho muy poco por monitorear la situación. Las autoridades chilenas han aprobado 37 antibióticos genéricos o de marca diferentes para tratar el salmón de piscifactoría, sin molestarse en decir qué enfermedades pueden tratar estos medicamentos o qué tan efectivos son. Por el contrario, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU., permite solo cuatro antibióticos para la acuicultura, cada uno dirigido a patógenos específicos.
Algunos productores, al reconocer que los problemas de una compañía pueden tener un efecto negativo en la industria, trabajan para despejar la reputación de la acuicultura. Tras el escándalo de Nova Austral, las pesquerías en la provincia de Magallanes, en el sur de Chile, invitaron a legisladores y funcionarios públicos a visitar sus plantas, y están considerando un nuevo código de responsabilidad corporativa.
Tales iniciativas apuntan a sensibilidades cambiantes. «Vemos una combinación de personas que conocen la industria, quieren hacer las cosas de la manera correcta y están ansiosos por usar la mejor tecnología», dijo McNevin. «Quienes no quieran transparencia serán expulsados del mercado».
La conciencia colectiva no puede sustituir al buen gobierno. Sin embargo, puede ser una buena manera de evitar que lo más importante en la alimentación mundial se convierta en otra fallida revolución latinoamericana.