El calentamiento global que afecta a los océanos tiene efectos notorios sobre las poblaciones marinas y amenaza con afectar de forma duradera, tanto a los pescadores como a los consumidores europeos.
Adiós bacalao, lenguado y rodaballo, bienvenidos atún rojo, caballitos de mar y peces ballesta procedentes de los trópicos. «Los pescados que conocíamos los veremos menos y, sin embargo, veremos llegar pescado tropical que no conocíamos hasta ahora», dice una autoridad del rubro.
La constatación, que se aplica prácticamente a toda Europa, es de Clara Ulrich, ingeniera pesquera y directora adjunta de la dirección científica del Ifremer (Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar).
El ejemplo emblemático es el regreso del atún rojo al Mar del Norte, dice Ulrich, pero precisa que este retorno es también «signo de una buena gestión». También vemos el arrivo de peces ballesta y hasta de caballitos de mar», explica Ulrich.
Por el contrario, «las especies como el bacalao, lenguado y rodaballo no han desaparecido de las aguas europeas, pero las encontramos cada vez menos en las costas francesas o españolas, y más en las noruegas o escocesas. Hay una especie de desplazamiento de áreas de alta densidad de las especies de peces convencionales», explica.
Constatación compartida por Manuel Barange, director del Departamento de Pesca y Agricultura de la FAO, agencia de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
«No se trata de Física, no todo es predecible, así que habrá cambios cada año, pero esperamos que las especies de aguas calientes se desplacen hacia el norte», afirma.
Cita también el ejemplo de la llegada a los mercados británicos de especies normalmente más mediterráneas. “Las anchoas han llegado al Reino Unido y las he visto en los mercados, increíblemente baratas, porque nadie las compra. Tenemos que educar al público para que comience a comer el pescado que tiene, en lugar del pescado que solía tener”.
Lo mismo ocurre con los salmonetes, habituados al Mediterráneo y que han llegado a las costas británicas. «En el Reino Unido, casi nadie los come y los mercados no logran venderlos ni siquiera a precios bajísimos. Es una tragedia. Debemos asegurarnos de que la gente y las instituciones se adapten al cambio», prosigue Barange.
Probables conflictos
La constatación general, como explica Ulrich, «no es que los peces migran al Norte, sino que las poblaciones de peces en el sur se vuelven cada vez menos productivas y, por lo tanto, su densidad disminuye, mientras que los peces de las zonas más frías se benefician de un aumento de la temperatura y son más productivos».
Pero, a nivel mundial, “la principal causa del colapso de las poblaciones comerciales es la sobrepesca”, subraya François Chartier, encargado de campañas oceánicas de la oenegé Greenpeace Francia, para quien la función de los océanos como “generadores de carbono” está en juego.
«El océano absorbe CO2, produce oxígeno, y colobora en la fotosíntesis. Si la cadena alimentaria está desestructurada, a los océanos les resultará mucho más difícil llevar a cabo esta función», advierte Chartier.
Un temor tanto más fuerte en tanto estos nuevos equilibrios en los recursos pueden llevar a los peces a zonas marinas en las que no existe necesariamente un sistema de gestión de los recursos o, en todo caso, éste es inadecuado, subraya Barange.
“Algunos países tendrán que aprender a trabajar con sus vecinos cuando las poblaciones de peces crucen las fronteras”, explica. Por ejemplo, «la guerra de la caballa enfrentó durante cuatro años a la UE y Noruega con Islandia y las Islas Feroe, que aumentaron unilateralmente sus cuotas de pesca en el 2010, tras la llegada masiva de peces debido al calentamiento global.
“De manera general, por el momento, y esto es lo que lamentamos, la Comisión Europea en sus propuestas de fijación de cuotas a finales de año no tiene realmente en cuenta este cambio climático”, añade Hubert Carré, director general del Comité Nacional de Pesca de Francia.