Cuando pensamos en el mar casi siempre evocamos nuestras experiencias en las playas, los deportes acuáticos o, sin ir muy lejos, los múltiples productos del mar que disfrutamos en la mesa con la familia y las amistades. Rara vez, si alguna, reconocemos la importancia del mar para la vida humana. Por ejemplo, más de la mitad del oxígeno que respiramos es generado en el mar por infinidad de pequeños organismos gracias a la fotosíntesis. No solo eso, sino además la mayoría ignoramos que el mar es el principal regulador del clima en el planeta al absorber el calor proporcionado por el sol y almacenar la mayor parte del calentamiento adicional consecuencia del cambio climático. Se estima que el mar ha absorbido más del 93% de este exceso de calor y con ello nos ha ahorrado un aumento de más de 25 grados en la temperatura promedio global. No está de más agregar que con ese incremento nuestra vida sobre el planeta sería virtualmente imposible.
¿Pero si el mar nos brinda alimentos, trabajo, recreación, regula nuestro clima y provee múltiples servicios ambientales, por qué lo tratamos tan mal?
Basta una visita a cualquier playa del litoral marino para darse cuenta de la magnitud de la contaminación con basura de diversa índole, desde la tristemente célebre bolsa plástica, hasta las menospreciadas colillas de cigarrillos, también compuestas de fibras plásticas.
En el litoral peruano encontraremos desmonte y desechos de construcción, residuos diversos de la actividad recreativa, generalmente de plástico, y al mirar un poco más allá, limitado o nulo tratamiento de aguas servidas y efluentes industriales. La playa Marquéz en el Callao es un lamentable ejemplo, este año se recogió un kilo de basura marina por metro cuadrado en la campaña de limpieza de playas. Así como la Bahía de Ferrol en Chimbote, en situación crítica por el vertido indiscriminado de desechos industriales y domésticos sin tratamiento.
Los ríos que desembocan en el mar y que deberían llevar únicamente agua dulce y nutrientes, transportan exceso de fósforo y nitrógeno, así como restos de pesticidas usados en la actividad agrícola, tóxicos para la salud del mar, la fauna y a nosotros mismos. Hoy en día es posible identificar en las desembocaduras de los ríos adyacentes a las grandes urbes costeras residuos de analgésicos, antibióticos y otras medicinas que son descartados en sus sistemas de desagüe.
Comencemos por entender que todo lo que lancemos al mar tarde o temprano regresará a nosotros, casi siempre a través de los peces y mariscos que usamos en la cocina. Tomemos en cuenta que las especies más comunes en nuestra mesa provienen de áreas de pesca cercanas al litoral por lo que es lógico pensar que también son las más expuestas a la contaminación costera.
En el caso de la contaminación por plásticos, se ha calculado que una sola persona puede ingerir hasta 11,000 partículas de microplástico al año al comer mejillones. Estos pequeños residuos del tamaño de un grano de arroz o menores también han sido encontrados en la sal de mesa e incluso se ha grabado plancton consumiéndolos.
Un tercio de los pescados que se consumen en el Reino Unido contienen plástico. Aunque la mayor parte de estas partículas se encuentran en las vísceras del pescado que no son consumidas usualmente, se ignoran los efectos de las toxinas químicas que se podrían liberar a la carne de los peces. En el caso de los animales filtradores como los choros o las almejas la situación es más compleja porque además capturan patógenos, toxinas y metales pesados que podrían afectar nuestra salud. En resumen, todo lo que echemos al mar volverá a nuestra mesa.
Por ello, no olvidemos que los océanos son el principal sistema de soporte vital del planeta. Así como en ellos se originó la vida, nuestro destino está íntimamente ligado a su salud y normal funcionamiento. Empecemos a tratarlo mejor, por nuestro propio bienestar al menos.