Aunque todavía dependemos de las importaciones para suplir el creciente consumo de pescado en el Perú, la industria acuícola nacional está ganando su propio espacio desde hace pocos años. PRODUCE ha calculado que este 2019 dicho sector crecerá 6,8% con miras a superar las 110 mil toneladas.
El crecimiento de la industria acuícola, a nivel mundial, es predominante en las últimas décadas. Sin embargo, en el Perú, este desarrollo ha sido tardío –apenas quince años de existencia– con predominancia en la costa y en la sierra, principalmente enfocado en ciertas especies. Para comprender este devenir, es importante atender a las tres especies más populares y de mayor crecimiento en este sector: el langostino, la concha de abanico y la trucha.
El crecimiento langostinos, tras una mala racha en los años 80 vinculada al virus “mancha blanca”, se superó con bases tecnológicas y se fortaleció con las pautas correctas para lograr el ansiado “ciclo completo”, permitiendo que el Perú alcance un récord histórico de exportaciones en el 2017: US$ 216 millones, es decir, 38,2% más que el monto exportado en 2016. Este “ciclo completo” obliga a los productores a generar sus propias ovas, hacerlas crecer, procesarlas y venderlas… aunque no a todos. Aún quedan productores acuícolas que adquieren las larvas de langostinos para solo hacerlas crecer, luego de haber sido obtenidas mediante la técnica de arrastre en las playas. No obstante, quienes apostaron por tecnificar su producción de langostinos actualmente compran las ovas a los laboratorios y garantizan la calidad de todo el proceso.
El crecimiento langostinos, tras una mala racha en los años 80 vinculada al virus “mancha blanca”, se superó con bases tecnológicas. | Fuente: Andina
Por su parte, las conchas de abanico se exportaron desde siempre a países como Francia y Canadá, haciendo un sinuoso recorrido desde Paracas (cuando solo eran capturadas) y, actualmente, desde Sechura, donde actualmente se concentra el 80% de la producción acuícola de este marisco. Sin duda, esto se debe al uso de semillas silvestres, aunque todavía se está luchando contra las modificaciones y fluctuaciones en la producción. De acuerdo con PRODUCE, en el 2018, se exportó concha de abanico por un valor económico de US$73,9 millones, es decir, 56% más que el año anterior.
Por su parte, la trucha se vende principalmente en el mercado interno, a pesar de no ser un pez oriundo del Perú. Desde los años 70, durante el gobierno militar, se promovió su crianza en la sierra, debido a que las aguas frías de altura son ricas en oxígeno. Su expansión siempre fue a pequeña escala con las piscigranjas que, en los años 80, frenaron su crecimiento a causa del terrorismo. En décadas posteriores, se convirtió en un recurso pensado para el paladar “turista” –que pagaba un mayor valor– pero, paulatinamente, volvió a conquistar las mesas locales. Actualmente, la región Puno concentra el 80% de su producción anual.
Estos tres ejemplos son sumamente representativos de lo que implica la industria acuícola dentro del sector pesquero del Perú. Es imprescindible que, si queremos impulsar en las piscigranjas un potencial económico, los empresarios deben invertir constantemente en su mejora tecnológica. Esto no es otra cosa que garantizar una provisión de ovas, alevinos y/o larvas que permitan dejar la dependencia de los huevecillos silvestres. Esto no solo hará sostenible el recurso acuícola, sino que además permitirá la homogeneización de estas tres especies, tanto para el mercado peruano como el extranjero. Sin duda, esto mantendrá los estándares en la cadena de bienes y servicios acuícolas, con actores especializados en provisión de semillas.
Asimismo, desde la orilla del Estado, se debe fortalecer la formalización, mediante la actualización de aquellos productores no registrados. De otra manera, será cada vez más difícil garantizar la calidad de dichos productos acuícolas, anulando la trazabilidad y permitiendo la ilegalidad. Esto será innegable en los próximos años, pues la industria acuícola sigue ganando notoriedad en Sechura, Chimbote y Pisco, lugares de larga tradición pesquera.
En ese sentido, la gestión territorial desde el Estado Peruano es una urgencia, no solo para identificar las zonas idóneas sino para asegurar una convivencia armónica con la pesca artesanal local. La historia nos ha enseñado que, para prevenir y evitar los conflictos sociales con la población, lo mejor es curarse en salud, sin arriesgar los ingresos económicos y los puestos de trabajo del sector.
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