Pasada la fiesta, la realidad de los pescadores vuelve con su habitual rostro de incertidumbre, cuando no de desolación, en especial para los artesanales.
El pasado 29 de junio se celebró el día del pescador, festividad que se da en memoria de San Pedro (“San Pedrito” es llamado afectuosamente por nuestros hombres de mar) y en homenaje al heroico martirologio de José Olaya Balandra, el prócer pescador chorrillano, que ocurrió un 29 de junio hace 197 años. Él “sigue apareciendo como la luna en los puertos”, según reza el poema de Juan Gonzalo Rose.
San Pedro aparece en las Escrituras como el dueño de la barca en la que Jesús realiza el prodigio de llenarla de peces en una zona en la que, momentos antes, no habían podido capturar nada. A partir de ese momento, deja su bote en la playa y decide seguir al Maestro quien lo convierte en “pescador de hombres”, le otorga la misión de propagar la fe en el mundo y lo nombra la piedra sobre la que fundará su Iglesia. Su atribulada vida encabezando al cristianismo primigenio, lo lleva a ser perseguido y crucificado con la cabeza abajo a su pedido, por no considerarse digno de morir como su Señor. Corría el año 64 después de Cristo.
Cada año, los pescadores peruanos rinden homenaje a San Pedro en todos los puertos y caletas de la costa. Desde la noche anterior, se vive un ambiente festivo para recibir el día en el que se realizan ceremonias oficiales en homenaje a los hombres de mar. Entre otros festejos, se celebran misas solemnes, coloridas procesiones del Santo Patrón, cuya imagen va a bordo de una embarcación seguida por decenas de naves en las que se embarcan los pobladores. Los pescadores piden al Padre de la Iglesia que guarde su integridad en las faenas y que sus embarcaciones reciban abundante pescado. En las decenas de puntos de embarque de la pesca nacional, siempre hay una imagen del venerado santo. Este año, las celebraciones fueron austeras y simbólicas.
Pero pasada la fiesta, la realidad de los pescadores vuelve con su habitual rostro de incertidumbre, cuando no de desolación, en especial para los artesanales. Ellos son, por naturaleza optimistas, audaces y resueltos. Quieren ser formales y anhelan ser prósperos, igual que los emprendedores de Gamarra o los emolienteros nacionales. Sin embargo, hasta hoy mantienen una secular precariedad, que es evidente al visitante, la que se ha visto acentuada por la actual crisis sanitaria que ha desnudado sus debilidades estructurales.
¿Qué se puede hacer para romper esta postergación endémica? Sin duda, hay que profundizar mucho, pero resumidamente podemos señalar que lo primero es que ellos mismos deben reconocer que les ha faltado disciplina y orden en sus propias actividades y organizaciones. Necesitan consolidar su configuración empresarial para crecer y potenciarse en un mundo competitivo. El Estado debería facilitarles la capacitación que les otorgue una efectiva independencia. Completar el proceso de formalización que les permita pescar dentro y fuera de nuestro mar, impedir que siga creciendo el número de embarcaciones y puedan acceder al crédito. Con una infraestructura básica en cadena de frío, vehículos refrigerados y desembarcaderos, se lograría su fortalecimiento comercial. Con un efectivo programa de promoción del consumo y compras estatales de productos pesqueros peruanos, ampliaríamos la demanda y se abrirían nuevos horizontes.
Es verdad que este gran cambio tomará su tiempo, pero mientras más demore en definirse y comenzar, mayores serán las dificultades.
El Estado debe apoyarse en las organizaciones de los pescadores y éstos serán un nuevo motor del crecimiento económico del Perú.
Por Alfonso Miranda Eyzaguirre