La reserva nacional propuesta en el mar tropical de Grau, en el norte del país, protegería el ecosistema de la pesquería industrial, la actividad petrolera y de algunas actividades ilegales.
A Luis Martínez, un pescador a cordel, no lo asusta esa enorme plataforma petrolera clavada en el mar que, como una mole de metal vigilante, está detrás de él mientras él permanece en su modesto bote. Pero sí hay olas de la vida que le preocupan. “Hemos salido a las tres de la mañana. Son las 12 del día, y no tenemos más que unos siete kilos de pescado”, dice. Y muestra sus capturas: unas cuantas cabrillas (Paralabrax humeralis), y doncellas (Hemanthias peruanus). “Ya no es como antes”, agrega, al rememorar los tiempos en los que, en apenas dos o tres horas, los pescadores traían 30 o hasta 40 kilos. Aun así, de este mar norteño, según el propio Ministerio del Ambiente, viene el 70% del pescado que se consume en todo el país.
En Cabo Blanco y en zonas vecinas, desde hace unos diez años el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernanp), un organismo del Estado peruano, intenta crear, con el apoyo de algunas ONG, la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau. Como dice Silvana Baldovino, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), “ha sido un compromiso de al menos tres expresidentes y sus respectivos ministros del Ambiente, pero el expediente no avanza”.
Si se creara, el área protegida tendría cerca de 116.000 hectáreas ubicadas en el mar y en la costa. Además de Cabo Blanco, abarcaría el Banco de Máncora, un dispendioso ecosistema marino situado a 40 millas mar adentro, donde viven el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares), el congrio (Genypterus maculatus), los tiburones de los tipos Mustelus y Triakis, y el pez espada (Xiphias Gladius).
También incluiría El Ñuro, una caleta de pescadores donde abundan las tortugas marinas; los arrecifes de Punta Sal, que están cerca de la costa y donde se pueden observar corales y caballitos de mar; e Isla Foca, una isla de cerca de 92 hectáreas donde se juntan, casi mágicamente, la Corriente Peruana, que es fría, y la Corriente Ecuatorial, que es más bien cálida.
Sólo en Isla Foca hay 40 especies de peces, 31 de aves y 177 de invertebrados (crustáceos, moluscos, equinodermos), según la Guía de Fauna Silvestre de este lugar. Cuando uno se acerca al punto de encuentro de ambas corrientes puede ver cómo varían los colores del agua, en medio de la espuma. Mientras, decenas de lobos marinos bostezan sobre las rocas y cientos de aves planean mansamente sobre los acantilados.
Si se crea la reserva, aumentaría el porcentaje de ecosistemas marinos que tienen protección en Perú, el cual sólo llega al 7,6%. Pero, según Baldovino, “falta una visión articulada de desarrollo, lo que imposibilita la identificación de prioridades”. El mar, añade, es clave para la seguridad alimentaria, dinamiza las economías locales y es un cimiento básico de nuestra identidad.
Por estas playas acariciantes, aún se pesca en balsas hechas con troncos de madera que se mueven a la buena del viento. Incluso embarcaciones más grandes llevan su vela para que los aires generosos los ayuden a volver. Alberto Jacinto, un veterano pescador, cuenta que aún hay numerosos pescadores que salen y vuelven únicamente movidos por las velas.
La depredación y otros males
Pero también hay grandes barcos industriales que, como señala otro pescador consultado, “apenas ven el cardumen, se meten”. En rigor, la legislación peruana dispone que las cinco primeras millas desde la costa son exclusivamente para los pescadores artesanales, esos que capturan, con gran riesgo, las especies que se disfrutan en la mesa familiar o en los restaurantes.
En caso de crearse la reserva, los barcos industriales, que capturan toneladas de peces, podrán seguir trabajando en el Banco de Máncora, que está lejos de la costa. Se apoyarían en que la Ley No. 26834 dispone que se respeten los “derechos adquiridos”, es decir, los derechos que obtuvieron para pescar antes de que se cree la nueva área protegida. Aun cuando en la misma norma se aclara que estos deben ejercerse “en armonía con los objetivos y fines” del área protegida.
El asunto cobra más relevancia porque, en enero pasado, la Sociedad Nacional de Pesquería (SNP) —una organización gremial privada— presentó una demanda contra el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp), para que los barcos industriales pesquen en la Reserva Nacional de Paracas, un área protegida situada al sur con muchos recursos hidrobiológicos, muy emblemática para el ecoturismo y que se vería afectada por la captura de peces a gran escala.
Todo indica que los pesqueros industriales no son muy partidarios de las áreas protegidas, al igual que el sector de hidrocarburos. Cerca de Cabo Blanco, emergen del agua como monolitos imperturbables al menos 30 plataformas petroleras. Algunas están en desuso, pero otras siguen en actividad. Parte de la nueva reserva estaría superpuesta sobre varios lotes de extracción ya otorgados. De allí que el Ministerio de Energía y Minas (Minem) sea la entidad que más se opone a la nueva reserva. En un documento que América Futura pudo examinar, gracias a una fuente del Ejecutivo, representantes de este ministerio llegan a decir que si se establece el área protegida, esto hará que se retraigan “inversiones presentes y futuras”. Las empresas petroleras, y los lotes, están allí desde hace décadas, tienen “derechos adquiridos”. Pero su labor no ha sido tan limpia.
Un informe del portal Mongabay Latam, publicado en noviembre del 2019, reportó que el 88% de los derrames petroleros producidos desde el 2009 (lapso en el cual se vertieron 1.543.139 litros) se produjo en el norte del mar peruano. Y en 2020 sucedió otro justo frente a Cabo Blanco, en las instalaciones de la hoy ausente empresa petrolera Savia S.A.
La pesca fantasma
Un peje blanco (Caulolatilus prínceps) muerde un anzuelo de un pescador cuya barca queda varada en las inmediaciones de Cabo Blanco. Acaso para demostrar que, con todo, este mar sigue siendo dispendioso. Hay, sin embargo, otro fantasma rondando en la zona donde se crearía la reserva: los despiadados barcos arrastreros que aún hoy pueden verse en la zona.
Ricardo Bayona, capitán del barco Confianza en el Señor, que acaba de desembarcar en La Islilla, la caleta que está frente a la Isla Foca, confirma haber visto a uno ese día. Le ha ido mejor que a Martínez: ha sacado unos 22 kilos de pescado, especialmente cabrillas, en unas siete horas. Pero ya no encuentra meros, ni congrios. “El problema es que por acá entran arrastreros”, señala.
La pesca de arrastre, que en el Perú está autorizada más allá de las cinco millas, tira al fondo marino una red que arrasa casi con todo: peces chicos, peces grandes, mariscos. Destruye el ecosistema marino y por eso está prohibiéndose en varios países. Frente a Máncora, una noche se avista lo que parece ser un arrastrero con aspecto fantasmal.
Se distingue su enorme vela y dos mástiles cruzados que, según los artesanales ,es lo que lo caracteriza. Los barcos industriales utilizan el arrastre en el Banco de Máncora para pescar merluza. Pero hay arrastreros medianos rondando cerca de la costa. El Ministerio de la Producción debe controlarlos, pero al cierre de esta edición no respondió los cuestionamientos de América Futura sobre su presencia en la zona.
Los pescadores coinciden en que la escasez de peces grandes es clamorosa. Algo que deja cierto manto de melancolía porque el récord mundial de pesca, hasta ahora no superado, lo obtuvo en 1953 en Cabo Blanco el norteamericano Alfred Glassell, quien capturó un merlín negro (Makaira indica) de más de 700 kilos.
Consultado por este diario, el Sernanp sostiene que la creación de la nueva reserva es “una prioridad para el Estado peruano”. Incluso dice que se ha prepublicado el decreto supremo que la crea, para abrir la puerta a su existencia. Pero la resistencia a un mar más sostenible se mantiene.
Rosendo Mimbela, un experimentado buzo que vive en Los Órganos, una caleta vecina a El Ñuro, cuenta haber arponeado, unos 15 años atrás, un mero de ojos chicos de 140 kilos y que antes había de más de 300 kilos. Christian Hidalgo, chef y empresario dueño del restaurant Tao, sentencia que “si no hay pescado, no hay nada”, consciente del riesgo para el arte culinario.
Yuri Hooker, biólogo que conoce bien Isla Foca recuerda que, al no proteger al menos 10% de sus ecosistemas marinos, Perú incumple el Convenio de Diversidad Biológica de las Naciones Unidas. En El Ñuro, un barco descarga toneladas de sierra (Scomberomorus sierra) y hasta regala, sin reserva, algunos ejemplares. No hay como saber si es la última escena de un presente que se agota.
Fuente: El País