Más de 67 000 peruanos se dedican a la pesca artesanal, un trabajo de alto riesgo que provee de proteína, sustento para la gastronomía y el turismo. Pero, poco se ha hecho para garantizar la salud de los pescadores artesanales durante la actual crisis sanitaria.
Los pescadores peruanos están acostumbrados a lidiar con la incertidumbre de la pesca, la bravura del mar o incluso los ataques inesperados de El Niño. Día a día asumen esos riesgos con la esperanza de conseguir una buena cala y poder vivir de la venta de su pesca. Hoy en día, sin embargo, se enfrentan a poderosos enemigos invisibles, pues además de la emergencia sanitaria, tienen que lidiar con la indolencia y la codicia de otros actores.
Nadie duda que la pesca artesanal es uno de los pilares de la seguridad alimentaria nacional, ya que nos provee de proteínas y ácidos grasos esenciales para la nutrición. Del mismo modo, hay que recordar la importancia de los productos marinos como sustento de la gastronomía y de sectores conexos como restaurantes, hoteles, turismo, entre otros. No es menos importante que el sector pesquero genere al menos 750 000 de puestos de trabajo directos e indirectos únicamente en la costa peruana.
Con la expansión de la epidemia causada por el SARS-CoV-2 y las medidas de aislamiento territorial, la mayoría de las cadenas de suministro de pescado a los principales centros de consumo han sido interrumpidas. Por un lado, los propios pescadores se vieron obligados a cesar sus actividades por temor al contagio, las malas condiciones sanitarias de los desembarcaderos artesanales o porque los transportistas dejaron de trabajar. Algunos incluso se contagiaron de COVI-19, lo que motivó el cierre temporal de algunos puertos y mercados mayoristas. De otro lado, al no haber atención en restaurantes y reducirse la venta directa al público, cayó la demanda de productos marinos. Esta situación ha devenido en la reducción de la actividad pesquera artesanal y múltiples labores en torno a los puntos de desembarco como cargadores, acopiadores, estibadores y cortadores de pescado entre otros.
Pese a todo ello, la atención que ha recibido el pescador artesanal de parte del gobierno ha sido mínima. Luego de semanas de iniciada la crisis se anunció un bono de apoyo económico el cual resultó poco efectivo, pues el padrón de registro estaba desactualizado e incompleto. Esta situación reveló, a semejanza de otros sectores, la fragilidad del aparato estatal para lidiar con la realidad de actividades económicas claves, en las que sus principales actores siguen siendo considerandos marginales.
Si bien es cierto que se han iniciado diversos procesos de formalización en el pasado, también lo es que las condiciones y requisitos no estaban al alcance de la mayoría. Si la gran empresa acostumbra a quejarse de la “tramitología”, no es menos onerosa la búsqueda de la formalidad en los enredos de la administración pública y sus procedimientos que lindan con lo absurdo, lo que deja abiertas muchas ventanas para la corrupción. Esta marginalización y abandono son denominadores comunes a nivel global, pues mientras las grandes compañías del sector pueden aplicar a ayudas económicas de sus gobiernos y facilidades crediticias de la banca, los pescadores artesanales literalmente se enfrentan a una crisis de supervivencia.
Dentro de los márgenes del optimismo, a las limitadas acciones del gobierno se han sumado diversas organizaciones locales que promueven la comercialización directa del pescado. En muchos puntos del país, los propios gremios de pescadores han planteado soluciones que en algunos casos han encontrado eco en sus gobiernos locales. Pero estas son excepciones a la regla y, en su mayoría, el futuro de la pesca artesanal está en juego si es que no se atienden necesidades básicas que permitan la reactivación de las cadenas de suministro en condiciones sanitarias adecuadas.
Por otro lado, la pesca industrial de anchoveta recibió una temprana luz verde de parte del gobierno. Claro está que, teniendo una amplia biomasa del recurso a disposición, lo obvio era ir a pescarla. Sin embargo, parece ser que los protocolos del sector no fueron los adecuados o se aplicaron mal, pues hasta la fecha hay decenas de contagiados e incluso fallecidos de acuerdo con un reciente pronunciamiento conjunto de los gremios involucrados en la actividad. Basta recordar que la pesca es considerada un trabajo de alto riesgo por la OIT y que durante las faenas de pesca conviven, muy estrechamente, entre 12 y 18 personas para entender que, así se hicieran pruebas de descarte y cuarentenas previas, la probabilidad de contagio es bastante alta.
Hoy en día se han reabierto los mercados de exportación y algunos sectores ya ven la luz al final de túnel. Sin embargo, las malas condiciones sanitarias de los puntos de desembarco, falta de materiales de protección personal y atención médica oportuna, así como el escaso apoyo que hasta ahora han recibido los pescadores artesanales, ofrecen un escenario poco optimista. En la semana en que celebramos el Día de los Océanos sería alentador ver alguna señal desde el gobierno hacia la solución de estas necesidades y propiciar los cambios que nos devuelvan el pescado a la mesa y la sonrisa al rostro de nuestros pescadores.
Por Juan Carlos Riveros / RPP